domingo, 18 de julio de 2010

UN INTENTO DE RESPUESTA A LOS DESAFIOS DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN AMERICA LATINA

Los sistemas de educación superior en América Latina enfrentan muchos y variados retos. En la medida en que las sociedades requieren afrontar nuevas (y no tan nuevas) dificultades vuelven sus ojos a las instituciones de educación superior (IES) para encontrarse con que no sólo no hay una respuesta clara para las apremiantes necesidades sino que las mismas instituciones, que deben aportar a la sociedad, se encuentran tratando de resolver sus propias problemáticas.


Es en este campo que, tanto las instituciones públicas como las privadas comienzan a darse cuenta de que su mirada sobre el fenómeno educativo ha sido estrecha a pesar de que la retórica regularmente la plantea como amplia e incluyente. Ambos tipos de instituciones, lejos de complementarse y crear sinergias, se han yuxtapuesto en infinidad de campos y áreas de responsabilidad lo que ha traído consigo una duplicación de esfuerzos y su consiguiente minimización de resultados tanto para los individuos como para las naciones.

Las instituciones públicas se percatan de que durante décadas han privilegiado un esquema que, si bien ha tenido innegables logros en materia de formación de profesionales y producción de conocimiento científico, ha sido autocomplaciente y autorreferente haciendo pensar que su modelo de operación es el más adecuado para el desarrollo nacional y por ende es incuestionablemente el esquema a seguir. De esta forma, los estados nacionales, durante los últimos 40 o 50 años, enfocaron importantes cantidades de recursos en llevar educación a la mayor cantidad posible de jóvenes en edad de estudios universitarios, al tiempo que construyeron estructura física buscando que albergase a todos estos jóvenes.

Este loable esfuerzo que comenzó alrededor de la década de 1950 en algunos países latinoamericanos y tomó fuerza en la década de 1960 para perder impulso durante la famosa década perdida de los 1980, encontró dos limitaciones importantes:

a) la capacidad del estado para proveer recursos es en muchos sentidos limitada y depende de los vaivenes económico-financieros que tantos malestares han provocado, así como del enfoque que tenga el gobierno en turno acerca de la asignación presupuestaria para la educación superior, y

b) la demanda superó por mucho a la oferta, lo que obligó a crear grupos masivos, atendidos en aulas diseñadas y equipadas para volúmenes sensiblemente menores y formados por profesores cuyas habilidades docentes apenas estaban en desarrollo y cuya experiencia laboral-disciplinar distaba mucho de la ideal.

Adicionalmente se puede señalar que el modelo académico de la mayoría de las IES públicas se dirige a un alumno ideal que tiene, entre otras características, formación pre-universitaria suficiente, capacidad de dedicar las horas matutinas del día al estudio y no cuenta con compromisos laborales o familiares que le demanden muchas horas al día. Este “tipo ideal”, dadas las condiciones económicas de la población en general, en la práctica tiende a desaparecer.

Por otro lado, la gran mayoría de las instituciones privadas, impulsadas por distintos intereses entre los que se encuentran, en un extremo, una legítima y bien intencionado ánimo de brindar oportunidades académicas de calidad a la comunidad y, en el otro extremo una clara voluntad por hacer negocio a costa de las necesidades formativas de la población, han encontrado un campo fértil para nacer, crecer y multiplicarse. Es claro que la gran mayoría de las instituciones privadas de educación superior ofrecen formación debajo de la calidad requerida y que sin embargo cuentan con la autorización oficial para continuar su labor y son respaldadas por una grande y creciente demanda por sus servicios. Esto les ha ayudado a ser ingeniosas en la creación de programas académicos y modalidades educativas para atender a las personas que por variadas razones no desean o pueden asistir a la educación pública.

En este escenario, las IES públicas y privadas empalman su oferta académica e ingenuamente asumen que su contribución a la sociedad es a través del egresado que, por haber sorteado las dificultades curriculares presentadas y haber aprobado los requerimientos que se le plantearon, está bien formado teórica y técnicamente y que dotado de compromiso con su comunidad comenzará a contribuir a su sociedad.

Este fenómeno de formación “sub-prime” (por utilizar un nuevo eufemismo economicista que significa que no tiene valor) convive con otro igualmente pernicioso representado en que una gran cantidad de personas, a pesar de contar con estudios pre-universitarios (bachillerato o preparatoria) y de tener la voluntad de continuar sus estudios, se encuentran con que es materialmente imposible para ellos ingresar a una educación superior ya sea por razones de espacio, costo o modalidad educativa. Este fenómeno afecta, en números redondos, a más de ocho millones de personas en América Latina que, vistos desde cualquier perspectiva de política pública, en caso de ser apoyados, significarían un importante aporte a la escolarización de nuestros países.

Es en este escenario donde se debate la educación superior latinoamericana. Un escenario en que la política regulatoria es laxa, la supervisión de las prácticas académicas es prácticamente inexistente, la necesidad de credencialización por parte de la población es grande y la provisión de formación de calidad es limitada. En términos llanos, por un lado existe una fuerte demanda insatisfecha, por otro lado, los pocos que sí tienen acceso están obteniendo una formación muy por debajo de lo necesario.

Este doble problema de acceso y calidad debe ser afrontado de inmediato sin retórica ni “medias tintas”. Una verdadera solución debe partir de un análisis serio de la problemática y acompañarse de medidas valientes que dejen atrás lo simplemente político para enfocarse en lo técnico y sobre todo alejarse de la mirada en el corto plazo. Ideas tales como el desarrollo de nuevas modalidades de enseñanza superior, transferibilidad de créditos académicos, verdadera formación disciplinar y docente para profesores, diseño de programas duales de recompensa que premien al docente que desea formar y al investigador que desea producir conocimiento, entre otros, deben analizarse.

El reloj sigue su marcha y las necesidades son cada vez más apremiantes por lo que el ingenio y la voluntad deben aflorar.

Por Juan Carlos Silas
Universidad de Monterrey, México. 


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